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El futuro del trabajo en América Latina y el Caribe

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Fenómenos como el “Tsunami tecnológico” y el “Envejecimiento poblacional”, nos llevan a reflexionar sobre cómo la región puede aprovechar las oportunidades y minimizar los riesgos que se plantean a su alrededor. Con una capacidad de adaptación limitada, estos cambios, ¿pueden representar un problema?

Por: Mariano Bosch, Carmen Pagés y Laura Ripani  (*)

¿Desaparecerán nuestros trabajos ante la llegada de los robots? ¿Qué deberían estudiar los jóvenes hoy para tener éxito en el mercado laboral del mañana? ¿Cómo cambiará esta transformación tecnológica la forma en que trabajamos? ¿Ayudará a combatir el grave problema de la informalidad o, por el contrario, hará que empeore? A medida que crece el protagonismo de la cuarta revolución industrial, el debate sobre cómo será el mercado de trabajo en unos años se intensifica y la incertidumbre se multiplica. Con la publicación de la serie El futuro del trabajo en América Latina y el Caribe, buscamos agregar nuevos datos que permitan reflexionar sobre cómo la región puede aprovechar las oportunidades y minimizar los riesgos que se plantean alrededor de este tema.

Como se señala en esta primera entrega, el futuro del trabajo estará marcado por dos grandes tendencias: el tsunami tecnológico y el envejecimiento poblacional, ya que, aunque existe el mito que América Latina y el Caribe es una región joven, la realidad es que su población está envejeciendo más rápido que en el resto del mundo. Ambas tendencias tienen una naturaleza positiva (nos dan la posibilidad de vivir más años, abandonar los trabajos más repetitivos y aumentar nuestra calidad de vida) y presentan una gran oportunidad para la región. Ahora bien, para aprovecharla, debemos actuar.

El futuro del trabajo no es un escenario predefinido, sino una realidad en construcción.

Los desafíos son numerosos. Pese a que los adelantos tecnológicos se propagan ahora a más velocidad que en el pasado, a América Latina y el Caribe llegan más despacio debido a que la región cuenta con barreras que le dificultan la absorción de estas innovaciones. Por otra parte, la cuarta revolución industrial tiene el potencial de destruir empleo en algunas industrias y ocupaciones, así como de aumentar las desigualdades. Además, la tecnología está creando nuevas formas de relaciones laborales que pueden conducir a la precarización. Unidas al envejecimiento de la población, estas modalidades de empleo, posibilitadas por el éxito de la economía gig, ponen en riesgo el estado de bienestar tal y como lo conocemos hoy.

En profundidad

El futuro del trabajo tiene formidables repercusiones económicas, sociales y políticas a nivel mundial y, en especial, para los países de América Latina y el Caribe, donde va a ser un tema particularmente importante, dado que la región se encuentra en un momento bisagra: las decisiones tomadas hoy pueden cambiar el destino de los países, de sus trabajadores y de todo su sector productivo.

Existen dos tendencias que van a dejar su sello en el futuro mercado laboral de América Latina y el Caribe: el rápido cambio tecnológico y el envejecimiento poblacional. En el ámbito económico, ambas tendencias pueden provocar cambios en el crecimiento de la economía y la productividad, incrementar o disminuir la desigualdad, y afectar al empleo y a los ingresos. Desde un punto de vista social, alterarán la manera en que interactúan las empresas, los individuos y el Estado. En el área de políticas, obligarán a repensar la educación, la formación para el trabajo y la propia configuración del estado de bienestar, exigiendo a los países dar una respuesta eficaz a los desafíos comunes.

Cómo sea el mercado laboral del mañana en nuestra región dependerá, en realidad, de cómo actuemos a todos los niveles: los estados, las empresas, los trabajadores.

Si bien el trabajo puede no ser una actividad placentera (requiere dejar a nuestras familias y momentos de ocio para ejercer una actividad que implica esfuerzo físico o mental con la esperanza de obtener un ingreso), es una parte esencial de nuestras vidas. De hecho, casi la mitad del ingreso de los países en América Latina y el Caribe se origina del trabajo y la gran mayoría de las personas dependen de su actividad laboral para poder subsistir económicamente. Ahora bien, el trabajo va más allá del ingreso: es una fuente de integración en la sociedad. Por ello, nuestra ocupación constituye una parte importante de la identidad individual.

El mercado laboral es, además, el espacio donde se asienta un contrato social bajo el cual muchos estados han buscado redistribuir rentas o han organizado los sistemas de protección ante la vejez, enfermedad o desempleo. Por tanto, cualquier cambio en el mundo del trabajo puede alterar de manera fundamental la organización de la sociedad y resultar determinante para nuestro bienestar.

En el debate sobre el futuro del trabajo, resulta difícil distinguir aquello que es una verdadera transformación de lo que es un cambio marginal o una simple curiosidad.

Hay dos grandes tendencias: los cambios tecnológicos y el envejecimiento poblacional. Ambas se suman a los efectos de la globalización de bienes y servicios, y a los potenciales efectos del cambio climático sobre el mercado laboral, todavía indeterminados.

En esta primera nota queremos facilitar este análisis, a menudo complejo, describiendo las principales tendencias y su impacto potencial en los mercados laborales de América Latina y el Caribe.

Las grandes tendencias: tecnología y demografía

Tecnología y demografía son dos tendencias radicalmente diferentes. La primera tiene un gran impacto mediático y, aunque sucede en tiempo real, sus efectos son todavía muy inciertos. A menudo, los avances tecnológicos pueden estar impregnados de un cierto grado de asombro y optimismo sobre la capacidad humana de progresar, aunque también pueden observarse como una amenaza para la propia humanidad.

Por el contrario, el envejecimiento ocurre de manera gradual, si bien, como se indica más adelante, está avanzando más rápido de lo normal. Sigilosa e inexorable, la evolución demográfica va transformando a su paso el tejido social y económico de los países de la región, aun cuando no sea noticia. En ese sentido, ambas tendencias comparten un aspecto común: provocarán cambios profundos en la manera de trabajar y organizarse de las sociedades.

La tecnología como agente disruptivo

Los cambios tecnológicos han sido constantes en la historia de la humanidad. Entonces, ¿por qué tanto énfasis en discutir el futuro del trabajo ahora? ¿Qué tan distinta es la actual revolución tecnológica en comparación con aquellas que se dieron a fines del siglo XIX o a principios del XX? ¿Cómo se compara la inteligencia artificial, el blockchain, la impresión 3D, el internet de las cosas o la robótica, con el advenimiento de la electricidad, el alcantarillado o los antibióticos?

Algunos prestigiosos economistas, como Robert Gordon1, creen que los cambios actuales no son capaces de igualar los impactos (en términos de crecimiento económico y bienestar de las personas) que tuvieron las invenciones pasadas. La electricidad y los descubrimientos relacionados, , los vehículos a motor y la distribución de agua a través de cañerías fueron innovaciones que transformaron la vida de las personas y que impulsaron el crecimiento de la economía.

De hecho, las tecnologías de la cuarta revolución industrial aún no muestran los impactos deseados (ni esperados) en términos de una mayor productividad.

En el otro extremo, otros expertos (como Erik Brynjolfsson) advierten que el cambio tecnológico va a tener fuertes impactos, aunque subrayan que la tecnología por sí sola no es suficiente. Esta postura considera que es necesario rediseñar la manera en la que trabajan las empresas para obtener todos los beneficios que pueden desprenderse de las nuevas tecnologías, a las que no debe verse como una amenaza sino como una aliada.

El pasado nos muestra que los cambios tecnológicos impactan fuertemente en el mercado de trabajo. Si estuviéramos escribiendo esto a mediados del siglo XIX (con pluma y tinta), sería difícil predecir que, en poco más de un siglo, desaparecerían más del 90% de los trabajos agrícolas en Estados Unidos. A mediados del siglo XX (esta vez con una máquina de escribir), probablemente tampoco hubiéramos creído que, en apenas tres décadas, entre 1950 y 1980, desaparecerían más de la mitad de los trabajos en un sector como el de la manufactura.

Lo que diferencia a la cuarta revolución industrial de las anteriores es la velocidad de los cambios. Aquellos que predicen alteraciones radicales en el mercado de trabajo argumentan que vivimos en tiempos exponenciales, en los que todo parece cambiar más rápido. Por ejemplo, el poder de los microchips se duplica cada dos años. Apenas se han necesitado dos décadas desde la comercialización de los primeros teléfonos inteligentes para que más de la mitad de la población mundial tenga uno en su poder. Menos tiempo, apenas diez años, han necesitado redes sociales como Facebook o Twitter para hacernos pasar de un mundo interconectado a uno interdependiente.

Como nuestra capacidad de adaptación es limitada, estos cambios pueden representar un problema. Las personas tardamos años en desarrollar nuevas habilidades y asumir nuevas tareas y, al mismo tiempo, los gobiernos se mueven incluso más despacio para explotar las nuevas tecnologías. Esta es una consideración relevante, puesto que la evidencia muestra que la adopción de nuevas tecnologías se está acelerando. Es lo que podemos llamar un verdadero tsunami tecnológico. En el pasado, podía tardar una o varias generaciones, pero hoy en día ocurre en pocos años.

Existen barreras importantes que hacen difícil que América Latina y el Caribe puedan absorber tan rápido esto ya que, en comparación con los países desarrollados, la región no cuenta con las capacidades, habilidades e infraestructura necesarias para dar una cabida plena a esta revolución tecnológica. En primer lugar, los niveles de preparación de la mano de obra suponen un freno para la adopción de nuevas tecnologías. No es el único: el menor costo de la mano de obra hace que, para las empresas, resulte menos atractivo incorporar innovaciones tecnológicas. Además, el hecho de que la mayoría de las firmas sean pequeñas agrega restricciones a la innovación.

Los gobiernos de América Latina y el Caribe también enfrentan limitaciones, tanto de financiamiento como de capacidades técnicas, para diseñar y llevar a cabo las transformaciones digitales necesarias. A todo lo anterior se suma un déficit claro en infraestructura: el acceso a banda ancha, por ejemplo, es menor en la región si lo comparamos al de los países desarrollados.

(*) Este es un extracto del artículo origina. Para verlo en su total extensión: www.iadb.org. Mariano Bosch es especialista principal de la División de Mercados Laborales del BID; Carmen Pagés; jefa de la División de Mercados Laborales del BID y, Laura Ripani, especialista principal de la División de Mercados Laborales del BID

 

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