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Apropiación cultural

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A menudo las grandes marcas incorporan diseños y motivos de pueblos originarios en sus colecciones, en la mayoría de los casos sin dar visibilidad a las comunidades de donde provienen. Se enciende un debate ético sobre el comportamiento de la industria de la moda y el lugar que ocupan en el proceso de producción, quienes sirvieron de inspiración.

El mes pasado, la diseñadora Carolina Herrera fue acusada por el Gobierno de México de utilizar, en varias prendas de su colección Resort 2020, bordados de la comunidad de Tenango de Doria en Hidalgo. Por medio de una carta, la Secretaria de Cultura, Alejandra Frausto, le pidió a la diseñadora que fundamente su elección a la hora de utilizar esos motivos y consultó si la comunidad recibirá alguna compensación por el resultado de las ventas de la compañía.

En la carta denunció que “algunos de los patrones utilizados en su colección forman parte de la cosmovisión de pueblos indígenas de regiones específicas de México (…) en estos bordados se encuentra la historia misma y cada elemento tiene un significado personal, familiar y comunitario”. Más adelante, enfatizó que “se trata de un principio de consideración ética que, local y globalmente, nos obliga a hacer un llamado de atención y poner en la mesa de la discusión pública un tema impostergable en la agenda 2030 para el desarrollo sostenible de la ONU: promover la inclusión y hacer visibles a los invisibles”. Por su parte, el director creativo de la marca, reconoció que la colección “rinde a la riqueza de la cultura mexicana”.

En síntesis, la denuncia del Gobierno mexicano abre el debate en torno al concepto de la apropiación cultural, un tema que ha generado repudio infinidad de veces, pero que no es incluido en la agenda regulatoria de la industria de la moda. El debate se desliza en una zona de grises, donde el límite entre el plagio y el homenaje es difuso.

Es un tema que ha generado repudio pero que aun no es incluido en la agenda regulatoria de la industria de la moda. El límite entre el plagio y el homenaje es difuso.

Sin embargo, la definición de apropiación cultural es bien clara. Esto se da cuando una cultura hegemónica o dominante utiliza los códigos estéticos de otra, históricamente dominada y oprimida, con fines comerciales, excluyéndola de su proceso de producción y sin reconocer públicamente ni su origen ni su acervo cultural. Es de algún modo una situación de abuso entre culturas que tienen una relación de asimetría entre sí. Existen infinidad de casos similares a este que son repudiados mayormente en redes sociales y luego se apagan, hasta que una nueva apropiación, en la música, la moda o el arte, vuelve a reavivar el fuego.

Poca regulación sobre el tema

Es claro que la moda no es un lenguaje autónomo, sino que al igual que otros movimientos como la música o el arte, se nutre y se inspira en su entorno. Sin embargo, muchas de las grandes marcas toman diseños de pueblos originarios, los incluyen en sus colecciones y borran el origen de donde provienen sin dar crédito a una técnica o un motivo que se ha transmitido por generaciones. En esa asimetría, entre cultura dominante y dominada, se tilda de piratería la reproducción de un diseño de autor y de inspiración a la copia de un motivo tradicional de un pueblo originario.

Los reiterados plagios de los que son objeto las diferentes comunidades originarias de México,  impulsaron el proyecto de una nueva legislación “que le reconozca a los pueblos y comunidades indígenas, afromexicanas y equiparables, la titularidad colectiva sobre los elementos de su cultura e identidad”. La senadora mexicana, Susana Harp, afirmó que la “apropiación injusta e indebida de los elementos de las culturas es tristemente una práctica recurrente desde que los diseñadores y las grandes marcas lanzaron el concepto de ‘moda étnica’, la cual no tendría inconveniente si se realizara juntamente con las comunidades”. El proyecto de ley plantea que la utilización de estos íconos culturales pueda darse siempre y cuando exista la autorización de los pueblos de donde provienen y, si ellos lo determinaran, en el marco de un acuerdo económico. Además, la iniciativa propone la creación  de un observatorio ciudadano para denunciar  apropiaciones indebidas y las imitaciones.

Es una situación de abuso entre culturas que tienen una relación de asimetría entre sí.

Alicia Hernández, gerente General de la Cámara Industrial Argentina de la Indumentaria (CIAI) dijo que no existe en el mundo de la moda una ley específica para casos de apropiación cultural y, en Argentina, sólo están regulados el registro de marcas y la propiedad intelectual. Sin embargo, hay en el mundo jurisprudencia donde la justicia ha fallado a favor de comunidades que recibieron alguna compensación económica por parte de una empresa.

“En el universo del diseño el límite entre algo que puede ser tomado como un plagio o como inspiración es confuso. Porque si bien es cierto que suelen incluirse motivos o bordados de pueblos originarios, entra en juego la variación que el diseñador le hizo a la prenda. En muchos casos, ese motivo puede ser usado en un vestido con un diseño occidental. Ahí hay una idea del diseñador, una referencia a esa cultura, pero no un caso de apropiación cultural”, enfatizó Hernández.

En Argentina, las empresas de indumentaria pueden proteger su marca y su logo, pero el registro del diseño es un tema un poco más engorroso. Las prendas no tienen derecho de autor y los diseños se convierten en bienes de uso público cuando salen a la calle. Además, el ciclo de los productos de moda es corto, se rige por temporada, con lo cual el tiempo involucrado en registrar cada prenda y el costo, no son rentables. Los mismos diseñadores son plagiados por otras marcas todos los días. El propio sistema de la moda es voraz y veloz, y desde esa lógica avanza sobre otras culturas.

“La moda cambia de temporada a temporada y los diseñadores tendrían que registrar prenda por prenda. No existe una ley donde un diseñador este obligado a hacer eso porque la velocidad del negocio no lo permite. Si el diseño es inspiración y su autor hizo un aporte y una variación con un detalle, no se puede reclamar. Siempre hay un motivo de inspiración, que no es un motivo de copia necesariamente”, opinó Hernández.

En esta línea, Martín Churba, diseñador y dueño de la marca Tramando opinó que: “Cuando miras al sistema de la moda hay una tendencia a la glotonería, a comer sin parar, a deglutir sin masticar y sin pedir permiso. El mismo mercado de la moda, su ritmo, es devorador, y esa voracidad es a su vez, el motor de la industria. Sin embargo habría que pensar en cambiar las cosas. En el 2000 empezó a circular el concepto de emprendedor responsable, que implica una toma de conciencia por parte del mercado. Dentro de esa máquina de hacer dinero hay cuestiones que tienen que ser retribuidas”.

El diseñador trabaja junto Red Puna hace 14 años, una organización que agrupa a 35 organizaciones campesinas y aborígenes de la región de Quebrada y Puna. Mediante este proyecto tienen la posibilidad de comercializar su trabajo y sumar herramientas para agregar valor a sus tejidos y artesanías. No existe entre ambos una relación comercial, según explica Churba, pero plantearon un modelo colaborativo donde ellos tienen la posibilidad de utilizar la tienda dos veces al años para vender sus productos, los clientes de tramando pueden acceder a ellos sin intermediarios, y para Churba es una manera de fidelizar la relación con el público.

“Lo único que puedo decir es que ellos cuentan conmigo y eso les sirve para insertarse en el mercado. Las personas que formamos parte de los grupos somos las que cambiamos la historia. Yo puedo traer lana de llama, ponerle Tramando y colgarla en una boutique del centro. Eso es un buen shot, pero no me puedo hacer el tonto acerca de quién me vende a mí esa lana y en qué condiciones me la puede vender. Me puedo dar por enterado y a partir de eso tomar decisiones para incluirlos en el proceso, pero para eso tengo que mirarlos y conectar con ellos”, enfatizó Churba.

Muchas marcas grandes toman diseños de pueblos originarios, los incluyen en sus colecciones y borran el origen de donde provienen sin darles crédito. Esa asimetría, entre cultura dominante y dominada, se tilda de piratería.  

Sobre el caso Carolina Herrera, el diseñador opinó que: “Si va a rendir homenaje a un pueblo, debería primero conocer el estado de esa cultura y darle prioridad a cuestiones de emergencia social de ese pueblo, versus cuestiones estéticas o inspiracionales. Incluirlos de algún modo en el proceso de producción. Si decido trabajar con pueblos originarios, debo hacerlo atento a la situación en la que viven esas personas y, en función de eso, elaborar planes y proyectos para que tengan visibilidad o participación en mis tareas. Eso sería rendirles un homenaje”.

Para Churba se trata del grado de compromiso social que tienen las empresas y del rol que juegan en el marco del capitalismo donde, en muchos casos, tienen más peso que los propios organismos políticos. “A mí me encantaría  que hubiera una intervención del Estado, una intención de empezar a regular y medir el alcance de estas dinámicas de co-creación. El devenir de las políticas de mercado capitalista y el poder de los grupos empresarios tienen un gran impacto sobre la humanidad. Por eso es importante que las empresas sean socialmente responsables.  El patrimonio cultural es el capital de un pueblo y no necesita de un regulador que lo defienda, hay que cuidarlo porque es un capital social. Si algo empieza siendo un acercamiento genuino y después termina en un negocio, tendrá que hacerse desde la plena conciencia de quienes son esas personas, cuál es su situación de emergencia y ubicarlo dentro de ese contexto”.

Más que un caso

En 2015 la diseñadora francesa Isabel Marant fue acusada de plagiar diseños utilizados por las costureras mexicanas del municipio de Santa Maria Tlahuitoltepec, durante más de 600 años. Marant, según dicen, llegó incluso a registrar el motivo y prohibir su utilización a las costureras mexicanas, aunque  desde la oficina de prensa de la marca, negaron que la diseñadora hubiera registrado el motivo como propio y reconocieron abiertamente a la comunidad Mixe como creadores de la guarda.

Y la lista sigue. La marca Zara también fue objetada por incluir en un abrigo, un bordado tradicional de la comunidad de Aguacatenango, en el municipio de Venustiano Carranza de Chiapas, México. En esa ciudad, 8 de cada 10 personas se encuentran en situación de pobreza. En 2015, Nestlé México reprodujo dibujos típicos de Oaxaca, Chiapas e Hidalgo. En 2017, la empresa española Mango recibió una acusación de plagio por vender un sweater con bordados característicos de la comunidad otomí. La marca aseguró que “desconocían que se trataba de representaciones elaboradas por comunidades indígenas”, tuvo que retirar las piezas de sus percheros y se ofreció a compensar el daño.

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