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Más que un merendero.

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En plena pandemia nació el Merendero “Los carrillitos”. Su fundadora, una incansable luchadora le hace frente al virus y a las desigualdades que vienen de larga data.

Una infancia marcada por la pobreza y una familia guiada por valores como la solidaridad llevó a Virginia Cáceres, hoy a punto de cumplir sus sesenta años, a ser una referente barrial en Ramón Carrillo, Ciudad de Buenos Aires, e integrar la organización Militancia Popular. 

Por eso, a pocos días de declarada la pandemia y comenzado el aislamiento obligatorio, Cáceres comenzó a ver cómo la precaria situación económica y de salubridad de sus vecinos se tornaba aún más difícil y decidió enfocarse en lo más primordial: el hambre. 

“Lo que me motiva principalmente a ayudar es que yo puedo hablar en primera persona de lo que es no tener para comer o qué ponerte en los pies, porque yo lo viví, sé lo que se siente” dice al tiempo que se le quiebra la voz y agrega: “Me duele en el alma que a una criatura le falte qué comer. No lo soporto”. 

Así, bajo la alianza de su organización con otra llamada “La corriente nacional de la militancia”, ambas pertenecientes al Frente de Todos, empezaron a llevar cajas de comida y productos de higiene a los adultos mayores y a familias que necesitaban asistencia por estar afectados por el COVID-19. 

Sin embargo, frente a la crisis, eso tampoco fue suficiente y decidió abrir las puertas de su casa y crear el merendero comunitario “Los carrillitos”. Inicialmente Cáceres junto a sus compañeras Valeria Palma y Regina Ramírez recibían a 15 niños que pasaban a retirar su mate cocido, torta fritas o chocolatada tres veces por semana, pero actualmente ese número -tristemente- asciende a 45. 

Del Albergue Warnes al Barrio Ramón Carrillo

Para comprender el valor de los espacios como el Merendero “Los Carrillitos”, es necesario hacer un poco de historia y remontarse a la década del `90 cuando el barrio Ramón Carrillo fue creado con el propósito de dar solución a la crisis habitacional de los ocupantes del Albergue Warnes. Así fue conocido el conjunto edilicio que existió entre 1951 y 1991 creado por el gobierno de Juan D. Perón con el objetivo de que funcionara allí el hospital de niños más importante de Latinoamérica y uno de los más completos del mundo, capaz de acoger a miles de pacientes. Para ello, se expropió un predio de 19 hectáreas perteneciente a la familia Etchevarne, sin embargo, la obra nunca se culminó.  

Tras el golpe militar de 1955, la construcción fue interrumpida, dejada en el abandono y paulatinamente ocupada por más de 600 familias que se instalaron en condiciones de vida deplorables. Entre sus habitantes, a sus 23 años, se encontraba Virginia Cáceres que se instaló en el sexto piso junto a su hija. “Agujeros por todos lados, la rata más chica era del tamaño de un perro, el piso roto, de día no te llegabas a ver la mano de la oscuridad y  la luz cada dos por tres se cortaba” recuerda. 

Luego de que la Corte Suprema de Justicia confirmara la sentencia obligando al Estado a devolver la propiedad sin personas y edificaciones a la familia Etchevarne, en diciembre de 1990 las familias del albergue fueron forzosamente trasladadas a sus nuevas viviendas en el flamante barrio Ramón Carrillo y el edificio fue demolido. 

A partir de allí, según relata Cáceres, se produjo un abandono del gobierno de la ciudad que no dio contención al crecimiento demográfico desproporcionado con más de 25 mil personas que se fueron instalando allí. Cáceres hace mención a problemáticas como la falta de sistemas cloacales, las construcciones no planificadas, la contaminación -y las consecuencias en la salud de los vecinos que esto acarrea- como así también la inseguridad, todas monedas corrientes a las que se enfrentan día a día. “Ahora seguimos estando en las mismas o tal vez peores condiciones de como estábamos en el albergue”, remarca. 

Ante esta realidad Cáceres aclara que ella ni los vecinos bajan los brazos: “Dentro de la desesperanza que hay, seguimos luchando porque no nos queda otra, porque si nos quedamos, va a ser peor”. 

“Lo que me motiva a ayudar es que yo puedo hablar en primera persona de lo que es no tener para comer o qué ponerte en los pies, porque yo lo viví, sé lo que se siente”

Una cadena solidaria

El cariño que les ofrece Cáceres a los niños llega más allá de un plato de comida. Con la ayuda de Mariana Galli Basualdo, madrina del merendero y fundadora de “Enredados” una red que nuclea a organizaciones sociales y genera sinergia entre ellos, lograron conseguir juguetes para el día del niño, guardapolvos para el inicio de clases y donaciones periódicas de alimentos que les hacen llegar a medida que se van consiguiendo. 

A la hora de analizar de qué manera repercutió -y lo sigue haciendo- la pandemia en las actitudes solidarias de las personas para colaborar con los más vulnerables, Cáceres no lo duda: “la gente de la clase media baja fue la que más ayudó”. Con ello aclara que quienes menos tienen son a la vez los que los más los acompañaron y compartieron sus recursos. Pero como es sabido, la vulnerabilidad de las personas que viven en Ramón Carrillo al igual que tantos otros barrios y ciudades del país, está en pleno aumento. 

Por eso Cáceres hace un llamado a todos los sectores, no sólo a los vecinos, sino también a las empresas que puedan colaborar con los productos más básicos, tales como alimentos (azúcar, yerba, galletas, entre otros), elementos de higiene personal y para mantener los espacios seguros (lavandina, detergente, shampoo), como así también indumentaria para abastecer el perchero comunitario con el que cuenta el merendero.

¿CÓMO AYUDAR AL MERENDERO?

Todo es bienvenido, pero los productos más elementales son los mas necesarios:

  • Alimentos:  Azúcar, yerba, cacao, leche.
  • Productos de higiene: Lavandina, detergente, shampoo, alcohol, alcohol en gel.
  • Indumentaria: Ropa para todos los géneros y edades.

Contactarse por Facebook: Merendero Los Carrillitos.  Celular: +54 9 11 5848-0031

 

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