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Cuando el propósito es el negocio: startups que apuestan al futuro

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Cada vez más startups combinan propósito, innovación y rentabilidad, apoyadas en tecnologías emergentes que permiten resolver problemas sociales y ambientales de forma escalable.

En un escenario global atravesado por la crisis climática, la desigualdad y la creciente presión sobre los recursos naturales, el desarrollo de negocios con impacto ambiental y social se vuelve no solo esperable, sino imprescindible. 

En ese sentido, cada vez más empresas entienden que no solo la sostenibilidad del planeta, sino su propia sostenibilidad a largo plazo, depende de su capacidad para generar valor más allá de lo económico, incorporando prácticas responsables que reduzcan su huella ambiental y promuevan la inclusión.

Estos desafíos están cambiando el foco del negocio de miles de empresas que ya no se limitan exclusivamente a generar beneficios económicos, sino que buscan impactar, no solo en respuesta a una demanda ética, sino como una oportunidad estratégica, en un entorno donde los consumidores, inversores y reguladores valoran cada vez más a las organizaciones que integran criterios ambientales, sociales y de gobernanza (ESG) en su modelo de negocio.

En este contexto, las startups desempeñan un papel fundamental como catalizadoras de innovación y cambio. La implementación de tecnología y su enfoque disruptivo les permite desarrollar soluciones creativas a problemas complejos. 

Sus soluciones abarcan diferentes diferentes áreas e incluyen tecnologías como inteligencia artificial, blockchain, Internet de las Cosas (IoT), biotecnología, energías renovables, Big Data, e impresión 3D, entre otras.

Crecen las startups con impacto

El número de startups que busca resolver problemáticas sociales y ambientales, es cada vez más creciente dentro del ecosistema emprendedor. 

En ese sentido, para María Julia Bearzi, directora ejecutiva de Endeavor Argentina, esta tendencia es evidente. 

“En los últimos años hemos visto un aumento en el número de startups que nacen con el propósito de resolver desafíos sociales o ambientales. Esto responde a una nueva generación de emprendedores que no solo busca crear negocios rentables, sino también generar un impacto positivo”, afirma Bearzi. 

Lo que antes se presentaba como un valor agregado opcional, hoy comienza a verse como un componente central de la propuesta de valor de las empresas.

Y añade que estas iniciativas también se ven impulsadas por un consumidor más consciente, que exige compromiso por parte de las marcas.

En la misma línea, Lorena Suárez, presidenta de la Asociación de Capital Privado, Emprendedor y Semilla de Argentina (Arcap), explica que: “El impacto social dejó de ser una ‘vertical’ específica para convertirse en un enfoque transversal que atraviesa distintos modelos de negocio”. 

Desde su rol en el fondo Alaya Capital, firma de inversión en capital de riesgo (venture capital) que apoya a startups de alto impacto en la región, Suárez observa cómo cada vez más emprendedores integran temas como inclusión, sostenibilidad y equidad en el corazón de sus propuestas.

No obstante, Leonardo Valente, socio de Livepanel, tiene una mirada más cauta y explica que “sería políticamente correcto” decir que los proyectos con impacto son cada vez más frecuentes, “pero no es un fenómeno que se esté visualizando”.

Según el ejecutivo, el contexto económico actual, con menor disponibilidad de fondos e inversiones, limita el crecimiento de startups de impacto, que muchas veces dependen de apoyos externos para sobrevivir en sus primeras etapas. Aun así destaca que “hay más startups que, haciendo foco en negocios convencionales, no descuidan su dimensión de impacto y apoyan ciertas iniciativas o se certifican como empresas B”. 

Los sectores que traccionan la mayor cantidad de proyectos son educación, salud e inclusión financiera. Bearzi agrega que existen una gran cantidad de soluciones tecnológicas que amplían el acceso a la educación, plataformas de atención remota en salud y fintechs orientadas a sectores históricamente excluidos. “Los emprendedores están mirando de forma integral los grandes desafíos sociales del siglo XXI, combinando innovación, tecnología y propósito”, resume.

Desde el punto de vista de la inversión, Suárez menciona algunos casos concretos del portafolio de Alaya Capital, donde destacan startups como Kilimo (uso eficiente del agua), Finerio o Pago46 (inclusión financiera) y Talently (educación y talento digital). 

“Este fenómeno está impulsado tanto por una nueva generación de emprendedores con propósito como por una creciente demanda del mercado”, agrega.

Valente, por su parte, pone el foco en la adopción de inteligencia artificial como nuevo eje estratégico: “Hoy el enfoque está puesto en revisar todos los verticales del mercado desde la óptica de la inteligencia artificial. Si un emprendedor logra vincular estas herramientas con alguna necesidad concreta, tiene más posibilidades de acceder a recursos y financiamiento que de otro modo no estarían disponibles, impulsado por el entusiasmo que genera la IA en el ecosistema”. Además, la IA tiene un gran atractivo para atraer recursos en un contexto donde el acceso al capital es limitado.

Los emprendedores están mirando de forma integral los grandes desafíos sociales del siglo XXI, combinando innovación, tecnología y propósito.

Bearzi también destaca el protagonismo de las tecnologías emergentes, aunque subraya la importancia de ponerlas al servicio de desafíos concretos. “Lo central es que la tecnología no sea un fin en sí mismo, sino una herramienta para resolver problemas reales”, enfatiza. Desde su mirada, la IA muestra gran potencial en campos como la educación personalizada, el diagnóstico médico o el análisis de datos climáticos. Aunque también destaca el uso de blockchain en trazabilidad alimentaria e inclusión financiera, además de desarrollos promisorios en biotecnología, agtech y energías limpias.

¿El impacto social es un diferencial atractivo para los inversores?

El impacto social ya no ocupa un lugar marginal en los discursos empresariales, ni se reduce a causar una buena impresión, sino que cada vez más forma parte del núcleo mismo de la estrategia de negocio. 

Lo que antes se presentaba como un valor agregado opcional, hoy comienza a verse como un componente central de la propuesta de valor de las empresas, especialmente para aquellos emprendimientos que buscan diferenciarse y generar confianza a largo plazo entre inversores, clientes y otros actores del ecosistema.

En ese sentido, Bearzi opina que “el impacto social dejó de ser un ‘plus’ para convertirse en un diferencial competitivo”.

Y agrega que cada vez más fondos de inversión están incorporando métricas de impacto como parte de sus análisis y “valoran modelos de negocio con propósito, sobre todo cuando se combinan con tracción, escalabilidad y buen management”.

Menos entusiasta, Valente opina que “el impacto social siempre está en el discurso de los inversores, pero en épocas de recursos limitados, el retorno de la inversión manda”. 

Además, advierte que en muchas ocasiones el impacto tiene más valor como herramienta de marketing que como insumo real para la toma de decisiones. “Después se cuentan historias simpáticas en los podcasts o en la web, pero el número tiene que cerrar porque alguien puso plata”.

Suárez, por su parte, ve una evolución real en la forma en que el mercado entiende el impacto y sostiene que más allá de la dimensión ética, es driver tangible de valor. 

“Modelos que integran impacto desde el core del negocio tienden a generar mayor lealtad de usuarios, atraer talento de forma más orgánica y operar con una narrativa más potente”, dice. 

Desde Alaya, el fondo del que forma parte, incorporan esa lógica en sus tesis, basadas en la diversidad, el propósito y la rentabilidad, entendiendo que estos elementos pueden convivir sin que uno invalide al otro.

Biotecnología regenerativa: el caso de BioSpi

En un mundo que busca formas urgentes de descarbonizar la producción industrial, BioSpi emerge como una startup pionera en biomanufactura sostenible. 

Uriel Miralles, es fundador y CEO de BioSpi, una plataforma que utiliza la ciencia para hacer algo simple y poderoso como tomar el dióxido de carbono que contamina el aire y convertirlo en cosas útiles para la vida diaria, como proteínas para alimentos, ingredientes para cosméticos o moléculas para medicina. 

“¿Cómo lo hacemos?, con la ayuda de un pequeño organismo llamado espirulina, que ‘come’ CO₂ y usa la luz del sol para fabricar estos compuestos. Es como tener una mini fábrica natural que trabaja para el planeta. Y lo mejor es que queremos enseñarle a hacerlo aún mejor, gracias a la biotecnología”, explica. 

La compañía provee ingredientes funcionales sostenibles a empresas de alimentos, salud animal, suplementos o cosmética que buscan alternativas con menor huella de carbono.

La propuesta no solo apunta a sustituir procesos intensivos en emisiones, sino también a diseñar un nuevo paradigma de producción biológica.

Aunque aún se encuentran en fase de validación, BioSpi ya proyecta impactos ambientales significativos. “Según nuestras estimaciones preliminares, podríamos lograr reducciones de más del 50% en emisiones de carbono en comparación con plataformas convencionales de fermentación”, asegura el Miralles. A esto se suma una mayor eficiencia en el uso de recursos como agua, tierra y energía.

La sostenibilidad, para BioSpi, no es un agregado: es el núcleo del modelo económico. “Creemos que los proyectos con impacto social y ambiental no solo son rentables, sino que serán los más rentables a largo plazo”, sostiene. 

Este fenómeno está impulsado tanto por una nueva generación de emprendedores con propósito como por una creciente demanda del mercado.

Sin embargo, reconoce que el camino no está libre de obstáculos: “Muchos fondos de inversión tradicionales aún priorizan negocios de rápida escalabilidad. Nosotros requerimos inversionistas que entiendan que la ciencia lleva tiempos de validación distintos a una app”.

Aun así, el ecosistema empieza a madurar. La startup fue reconocida por iGEM como una de las emergentes globales en biotecnología y participa en programas de aceleración especializados en clima y sostenibilidad. 

En paralelo, BioSpi ya proyecta alianzas con instituciones públicas y ONGs para escalar su tecnología con foco en desarrollo rural y acceso a nutrientes esenciales. “La próxima década no solo se trata de hacer más con menos, sino de diseñar sistemas que regeneren en lugar de degradar”, resume el ejecutivo. 

Qaizen, tecnología al servicio de la salud mental en las instituciones

Con apenas 18 años, el mendocino Valentín De Antonio ya es cofundador de una startup con impacto social concreto: Qaizen, que nació como respuesta a un hecho que marcó profundamente a su comunidad.

“La idea surge en 2021, cuando una compañera de mi colegio cometió un intento de suicidio en pleno recreo, frente a todos los estudiantes”, cuenta De Antonio. 

A partir de allí, se propuso crear una herramienta que ayudará a prevenir y abordar situaciones de crisis dentro de instituciones educativas y laborales.

Las organizaciones pagan una suscripción mensual para acceder a la plataforma, y a través de un formulario editable, los miembros de una institución pueden reportar de manera segura y confidencial situaciones comprometedoras, conflictos o inquietudes que afecten su bienestar. 

“Qaizen es un intermediario confiable entre los miembros de la institución y sus responsables”, explica el emprendedor. 

Pero no se trata solo de comunicación: la plataforma también ofrece estadísticas y herramientas de gestión que permiten actuar con mayor rapidez y efectividad ante los problemas reportados.

Desde su lanzamiento en 2024, más de 4.000 personas ya accedieron a Qaizen. “Se resolvieron casos graves y mejoró el trato de estas situaciones”, afirma. 

En el caso de Qaizen, la rentabilidad va de la mano del impacto. Aunque De Antonio sostiene que si bien “los proyectos con impacto social son rentables, suelen tardar más en aportar beneficios. Cuando lográs demostrar valor real con un producto bueno y difusión firme, son muy sostenibles”. 

En cuanto al financiamiento, reconoce que si bien algunos inversores buscan retornos inmediatos, “el impacto social y ambiental está en una etapa dorada donde se gestan muchos negocios”.

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